sábado, 18 de abril de 2009

Pequeños placeres de la vida

Me permito pedir este tiempo muerto para reflexionar sobre aquellas pequeñas cosas que tenemos en la vida y no apreciamos. Y quizás haga falta pararse como lo hago yo hoy, en una terraza de la playa de las Canteras y apreciarlas de verdad.

No hablo de nada metafísico ni transcendental, Dios me libre. Simplemente son cosas de las que disfrutamos y nos duran un momento, pero cuántas nos dejan su recuerdo de forma permanente.

Se me ocurre echar la vista atrás y recordar los primeros paseos en bici, cuando aún llevabas las ruedas auxiliares y que te hacían sentir tan seguro, eras el amo de la carretera. Luego te las quitan y aparece el primer gran problema: Papá! Ayúdame que no se frenar! Te caías una y otra vez, un moratón tras otro. Pero aún así es un buen recuerdo y un pequeño placer.

Mes de Junio. Sábado por la mañana. Un calor que derrite las piedras. Una terraza en la playa. Y ahí estáis los dos, solos. No hay nada más entre vosotros. Ella te mira desafiante: “No te atreverás”. Tú la agarras fuerte por el brazo, juntas tus labios con los suyos y ya ocurrió. El primer sorbo a la primera cerveza del verano. Qué bien sienta! Paladeas sus sabores, sus aromas, aprecias la textura, despacio tragas y sientes esa sensación de frescor que invade todo tu cuerpo. ¿A que a nadie se le había ocurrido valorar de esta forma ese pequeño sorbo de vida?

Y así podría seguir horas y horas. Pero me acaban de traer mi bocadillo de calamares y se me enfría. Más adelante os hablaré del olor a hierba cortada, de la primera taza de gazpacho del verano, esa sopa de pescado cuando tienes una resaca que parece que hayas muerto y luches por resucitar…

Pero lo primero es lo primero: los calamares y la cocacola fresquita.

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